Mélodie Nakachian era hija de una familia millonaria, parte del jet set de la época. Sus secuestradores exigieron una fortuna para devolverla con vida. La angustia de sus padres y el sorpresivo final tras tenerla once días cautiva
Esa mañana Amir, de 3 años, se despertó resfriado. Kimera, su madre, que ese día estaba particularmente mal dormida, le tocó la frente y decidió que su hijo menor no iría al jardín. Su hermana Mélodie, de 5, estaba muy contenta y lista para salir. Siempre había tenido un carácter privilegiado: era de esas niñas que no lloran ni gritan, rápida e inteligente y, sobre todo, muy alegre. Kimera le explicó que el hijo mayor del primer matrimonio de Raymond Nakachian, su marido, la llevaría al colegio. Raymond Junior se puso al volante del impresionante BMW rojo, matriculado en los países bajos. A su lado estaba su mujer, Deborah Kallenbach, y, en el asiento de atrás, iban las dos chicas: su propia hija y su medio hermana Mélodie.
Eran las 9.15 de la mañana del lunes 9 de noviembre de 1987. Esa semana empezaría de la peor manera.
Armas largas para un objetivo crucial
La hija mayor del empresario libanés Raymond Nakachian y su bella mujer surcoreana, Kimera, había sido secuestrada a plena luz, en esos días que el sol estalla luminoso sobre la costa española.
La conmoción nacional no tarda en explotar. Más de cien periodistas se agolpan frente a la lujosa Villa Mélodie. Es la mansión de la familia. Está construida en un terreno de casi diez hectáreas que contiene cuatro edificaciones: dos casas de huéspedes, una para los empleados y la majestuosa construcción principal. También son parte de ese escenario de película, una pista para helicópteros y dos majestuosos Rolls Royce. Una película que hará derramar inconsolables lágrimas.
El relato por entregas que hacen los cronistas, en los once días siguientes, mantiene en vilo no solo a los españoles sino a todo Europa. Nadie quiere perderse ni un solo capítulo del melodrama de la vida real que ha traspasado la puerta de los intocables: una familia rica, exitosa y exótica.
Los padres de Mélodie no eran desconocidos en España. Kimera era parte de la familia imperial de Corea del Sur y una cantante de ópera exitosa que había creado su propio estilo musical: popera (una fusión de música pop con ópera). Llenaba estadios en Francia, había dado la vuelta al mundo con sus canciones y era famosa por llevar exóticos maquillajes sobre el escenario. Su nombre real era Kim Hong-Hee y pertenecía a la dinastía Simla.
El dilema familiar
El plan no resultó. Cuando llegó el momento de juntarse, Kimera entró en pánico. No tuvo la valentía suficiente para enfrentar a su padre y optó por escapar, embarazada y con su marido, a la ciudad de Las Vegas. Allí nació Mélodie el 4 de enero de 1982. Kimera ya había cumplido los 28.
A solo seis meses de instalarse en ese soleado paraíso, ocurriría el caso que cambió sus vidas para siempre.
“¡Han secuestrado a Mélodie!”
Después que la banda de secuestradores desaparece de su vista llevándose a Mélodie, Raymond Jr. retorna desesperado a Villa Mélodie. Entra gritando aterrado: “¡Han secuestrado a Mélodie! ¡Han secuestrado a Mélodie!”. Nadie entiende nada. Cuenta que le bloquearon el paso y que no pudo resistirse porque los encapuchados tenían armas y que si lo hubiese hecho los habrían matado a todos ahí mismo.
Su padre lo traspasa con sus ojos azules. Es implacable en su respuesta: “¡Tú debiste morir antes de dejar que se lleven a Mélodie!”. Nunca más, durante el resto de su vida, volvió a hablarle a su hijo. No pudo perdonarlo.
La policía se dio cuenta, desde el instante uno, que la organización criminal está integrada por verdaderos profesionales del delito. El primero en acercarse hasta la casa, ese mismo día, es el comisario Ricardo Ruiz Coll, que vive a pocos metros de los Nakachian. Él está convencido que, si piden un rescate, la familia no debe pagar. A su juicio eso supondría un riesgo mortal para la niña. Sugiere, en cambio, entablar conversaciones con los captores.
La primera carta que envían los secuestradores a Nakachian, a través de su chofer, está escrita a máquina y en mayúsculas. En ella le ordenan al jefe de familia: “La vida de su hija depende de usted, tiene que someterse a nuestras órdenes si no ninguna negociación será posible. La policía no tiene que estar al corriente de nada”. Pero esta carta, no se sabrá nunca por qué, no llegó a manos del padre de Mélodie. Apareció tiempo después, debajo de una máquina de escribir, en las oficinas de Nakachian. El jefe de familia sospechó de algunos de sus empleados, pero no pudo confirmarlo.
Vuelan las horas
Pasan 31 horas agónicas hasta que Nakachian tiene su primer contacto con la banda que tiene cautiva a su adorada hija. Es una llamada de un hombre que habla en español con fuerte acento francés y que dice llamarse Oscar: “Somos las personas que tenemos a su hija. Ayer le dejamos una carta al chófer, ¿la recibió?”.
Le transmite que deberá reunir el rescate en efectivo en solo cuatro días. Esa primera parte del rapto resulta desesperante para toda la familia. Kimera que no puede dormir y llora sin parar. Está sumida en una profunda angustia y empieza a consultar a videntes. Nakachian intenta mantenerla al margen de las negociaciones, pero está destrozado anímicamente y se siente absolutamente impotente. Llega a ofrecerse por los medios para intercambiar su vida por la de su hija.
La policía tiene diferentes teorías para el móvil. El motivo puede ser una venganza por los negocios de Nakachian. El comisario Ruiz Coll teme que el carácter explosivo de Nakachian haga que las cosas acaben muy mal. Javier Fernández, de la Brigada Central de la policía judicial de Madrid, llega a la mansión dos días después de producido el rapto. Es el jefe del Grupo de Delincuencia Organizada Internacional y le habían asignado la Operación Mélodie.
Cuando atraviesa la puerta principal de la casona tenía una sola pista que provenía nada menos que del ministro del interior francés. El funcionario había enviado la siguiente información: un preso, fugado de un centro de detención, iba a realizar una operación muy importante en el sur de España. Ese ex presidiario se llamaba Jean Louis Camerini.
Fernández tenía el desafío de averiguar de qué se trataba la operación criminal del ex convicto. Podía ser cualquier cosa: un espectacular robo, contrabando de drogas o, también, podría ser este secuestro. Además, estaban las otras posibilidades: que el rapto fuera algo vinculado a las actividades de Nakachian, un ajuste de cuentas o una venganza. Todo era posible.
“Papá si no pagas soy muerta”
Durante el tercer día del secuestro, la familia recibe en la madrugada una segunda llamada de los delincuentes. Le indican a Nakachian que vaya a una conocida discoteca de Marbella. Allí, a las 2:30 de la mañana, encuentra escrito en un posavasos de papel la cifra astronómica que exigen los secuestradores. Demandan trece millones de dólares en efectivo (hoy esa suma equivaldría a más de 30 millones de dólares) en diferentes divisas y billetes usados. El dinero debía estar repartido en marcos alemanes, francos suizos, francos franceses y pesetas. Y solo tienen cuatro días para juntarlo. En una entrevista, dos décadas después, Nakachian relató que el monto exigido equivalía a “una habitación llena de dinero”.
Nakachian está furioso. Decide cambiar la dinámica de las conversaciones. Va a liderar él la negociación, va ser duro. Intenta contactar a los secuestradores para saber realmente de su hija. Lo logra. A través de una llamada a la escuela, los delincuentes, los guían para que encuentren una desgarradora grabación de Mélodie. Su voz aniñada y asustada, por momentos llorando, pone los pelos de punta a todos: “Hola pa. Yo quiero ver a mamá y a mi hermanito chico, papá ¿por qué tú no pagas? Yo estoy muy triste quiero ver a mamá y a mi hermanito chico, papá si pagas, ¿por qué no pagas? Si tu no pagas, yo después soy (sic) muerta”.
A Nakachian se le rompe el corazón en mil pedazos. Piensa que mataría y cortaría, en pequeños pedazos, a esos sujetos desalmados con sus propias manos (eso confiesa haber pensado años después). El sobre donde hallan la grabación tenía también un mensaje escrito donde le dicen que Mélodie está bien, pero reconocen que llora un poco porque quiere volver a casa. Nakachian no deja que Kimera escuche esta primera cinta grabada, teme que no lo soporte. Ella está volcada a los videntes y al rezo desesperado. Kimera recurre también a la televisión y brinda un mensaje, en francés, a los secuestradores donde les pide que cuiden a su hija, que le laven el pelo todos los días, que la devuelvan. La sociedad se conmueve con su mensaje. No se habla de otra cosa por esos días.
El despliegue de policía es enorme, pero andan perdidos.
Nakachian decide exigir una prueba de vida irrefutable y les pone un día límite de tiempo para pagar lo acordado. Quiere un mechón de pelo de Mélodie y una foto de ella con el diario del día. Los delincuentes obedecen. Mélodie se está volviendo una papa que les quema las manos y ellos pretenden alzarse con el dinero rápidamente. La foto que envían circula por los medios estremeciendo a todos: Mélodie lleva la misma ropa del día del secuestro, el pelo peinado en dos colitas, mientras sostiene el Diario 16 con fecha del 13 de noviembre de 1982. Su cara de susto es demoledora. En la grabación su voz aniñada le dice a Raymond: “Estoy muy triste, te quiero ver papá”. Su madre escucha destrozada. Pero, a pesar de todo, Mélodie, por ahora, está bien.
La orden de no pagar
Las autoridades españolas habían dado orden a los bancos de no entregar a sus clientes grandes sumas de dinero. No quieren que se concrete el pago del rescate de Mélodie, les parece demasiado riesgoso. Fernández, que se ha convertido en el interlocutor con los captores, logra rebajar la astronómica suma a cinco millones de dólares, mientras convence al desesperado Nakachian de no hacer locuras por su cuenta ni pagar a escondidas. Cualquiera de esas acciones podría poner en peligro la vida de la pequeña que ya, a estas alturas, es una testigo sumamente comprometedora para los delincuentes.
Los secuestradores (que venían comunicándose con la familia a través de publicaciones en los medios) aceptan la rebaja en un llamado al diario ABC en el que dicen: “Soy el del mechón. Ya sabe a qué me refiero. Rebajamos la cantidad a cinco millones. Sabemos que solo la casa vale ocho millones de dólares. Si no paga es porque no quiere. Esta es la última comunicación”.
Europa está conmovida con el drama de la familia. Empiezan a llegar donaciones para que se reúna el dinero en efectivo necesario para el rescate. Donan empresarios españoles, donan los colegios por medio de colectas solidarias y hasta dona un anónimo millonario belga que envía un millón de dólares. Todo ese dinero fue, luego, devuelto a quienes lo mandaron. Los gestos emocionaron tanto a Nakachian que se nacionalizó español.
Nakachian no puede manejar su terrible ansiedad. Llega a decirles, a los que retienen a su hija, que él se matará ante las cámaras de televisión con tal de que la liberen. Pero, también, los amenaza: “Si le pasa algo, le daré el dinero a otros para que los maten a ustedes”.
Los hechos suceden a una velocidad pasmosa. El Ministerio del Interior decide mandar refuerzos y envía, a Estepona, a un número uno de la policía española para coordinar la frenética búsqueda de la menor: Pedro Rodríguez Nicolás, comisario general de la Policía Judicial.
Todos los empleados de Villa Mélodie son considerados posibles sospechosos. Mientras, la prensa sigue especulando con otros motivos para explicar el caso: extorsión, bandas mafiosas o terroristas chiíes. La policía rastrea departamentos y procesa pistas, al mismo tiempo que los secuestradores amenazan con dejar de darle de comer a Mélodie y cortar toda comunicación si no aparece el dinero.
El tiempo, a todos, les juega en contra.
El día que la suerte cambió
El martirio iba por su octavo día cuando, como lo describió Kimera, intervino “la mano de Dios”. Una mujer encuentra, cerca de los departamentos Costa del Sol de Torremolinos, una billetera con 6.500 francos (uno 900 euros actuales) y un papelito doblado que resultó ser un borrador de una carta en francés. La lleva a la policía. La carta coincide con una de las enviadas por los secuestradores a los Nakachian.
Los investigadores no pueden creer su suerte. A velocidad de la luz, disponen rastreos en esa zona de viviendas. Visitan todas las inmobiliarias cercanas para preguntar por aquellos departamentos que fueron alquilados por franceses.
El dueño de la billetera perdida era Jean Louis Camerini. Se le había caído cuando, en su rutina cotidiana, salió a correr. Había cometido un error garrafal. Interpol, que participa activamente en la investigación, informa que este hombre es un conocido mafioso francés. A través de él, llegan al único español, nacionalizado francés, que integraba la banda: Ángel García Menéndez. Este era quien decía llamarse Oscar y el portavoz que efectuaba los llamados extorsivos a la familia. Empiezan a seguir a estos dos personajes.
El 19 de noviembre se cumple el décimo día sin Mélodie. El agente Florentino Villabona comienza su turno a las cinco de la mañana: debe vigilar el auto Opel negro de Ángel García Menéndez. No se despega de él. Lo sigue durante todo el día y termina frente a unos departamentos.
Camerini, que no era un novato en cuestión de delitos, sospecha que a él también lo están siguiendo de cerca. Está muy atento. Cuando lo confirma no duda y saca su arma. Se tirotea con los agentes encubiertos y se escapa.
Al mismo tiempo, más detectives abocados al caso, visitan la lujosa casa que alquila García Menéndez, a 40 kilómetros de Madrid, y que comparte con su mujer francesa y su hijo recién nacido. Allí, en su propio jardín, encuentran vestigios de lo que ha sido un campo de tiro. El rompecabezas había comenzado, por fin, a tomar forma.
Ahora sí el tema es de vida o muerte. Tienen los segundos contados. Villabona se da cuenta de que tantos descubrimientos pueden ser la muerte cierta para Mélodie. Es importante que Camerini, luego del tiroteo, no pueda avisarles a sus cómplices que la policía les pisa los talones.
Hay una ventaja descomunal de la época: no existen los celulares. Si Camerini quiere alertar a sus compañeros, tiene que correr grandes riesgos, e incluso puede conducir a las autoridades a dónde tienen a la menor secuestrada. Villabona pide refuerzos a la célebre GEO (Grupo Especial de Operaciones, una unidad de élite de la policía de España que se especializa en operativos de alto riesgo). Al día siguiente se pagaría el secuestro, así que deciden actuar a las 4:30 de la mañana en la zona de departamentos en Torreguadiaro, donde ya tenían identificado que viven varios sujetos de la banda criminal. Entran al único departamento del primer piso donde ven luz. Explotan la puerta con una detonación controlada. Dos mujeres británicas se abrazan asustadas y los miran incrédulas.
Es tiempo de descuento, los comandos lo saben y gritan: “¡¿Dónde están los franceses?!”. “En el tercero C”, atinan a responder las asustadas mujeres. Los comando. CON INFORMACIÓN DE INFOBAE. #Secuestro.